CARISMA Y ESPIRITUALIDAD
NUESTRO CARISMA Y ESPIRITUALIDAD
Carisma anacorético:
En los primeros siglos de la era cristiana, surgieron hombres de profunda vida espiritual, que dejándolo todo por amor a Jesucristo le entregaron su vida en la pobreza y en la soledad. El Espíritu Santo hizo de ellos insignes místicos, “amigos de Dios”, los llamados PADRES DEL DESIERTO: San Antonio Abad, San Pablo El Ermitaño, San Macario de Alejandría y otros, sembraron sus vidas en las arenas de los desiertos de Egipto; y otros en sus “lauras” como San Sabas, San Gerásimo, San Eutimio el Grande, San Juan el Silencioso, lo hicieron en la tierra de Jesús: Palestina.
Su ardiente espiritualidad ha sido como un río que corre a través de los siglos, fecundando los campos de la Iglesia con aguas de la vertiente primigenia, cercana a los orígenes del Evangelio.
A pesar de los siglos que han pasado, no estamos lejos o aislados de aquellos hermanos, nuestros ancestros en la fe; en la Comunión de los Santos las espiritualidades de “hoy” pueden entrelazarse con las de ”ayer” en familiar parentesco que se traduce en rasgos comunes, dibujados por el dedo de Dios; son frutos cosechados ahora por la siembra silenciosa que ellos hicieron.
Es así que en nosotras, pequeña porción de la fecunda “tierra” de la Iglesia de Cristo, brota un retoño de esta estirpe, al recibir agua de esta vertiente; por nuestro Carisma propio somos una “flor ” peculiar, en cuyo tallo circula esta ardiente savia del Desierto.
Espiritualidad del Amor:
Morar “dentro” del Corazón de Cristo
Una Espiritualidad nueva expresa la generosidad del don de Dios a su Iglesia, en la exuberancia de sus riquezas.
El vivir la perfección del Santo Evangelio, en una familia de hermanas, que han abrazado por Amor la pobreza de Jesucristo, de su Santísima Madre y de San José, con la simplicidad y sencillez que caracterizó sus humildes comienzos en esta tierra, en su hogar de Nazaret; ese espíritu evangélico de ser como niños, del amor a la verdad, el servicio a los demás, el llevar la cruz con paciencia y humildad, el orar confiadamente; todo esto que es el Evangelio, describe ni más ni menos a la Persona misma de Jesús: Él es el Evangelio Vivo.
Si hay espiritualidades que se expresan haciendo énfasis en “ser pobres”, por ejemplo, o “ser menores”, o "ser como niños”, o “ser eucarísticos” u “orantes”, todas tienen en común el Amor a Jesucristo y su seguimiento en uno o varios rasgos particulares; nosotras primordialmente ponemos el énfasis en “ser Amantes”, dedicadas a la Fuente misma del Amor de donde bebemos y nos nutrimos:
EL CORAZÓN SAGRADO DE JESÚS.
Si Dios es Amor, manifestado en el Hombre Cristo Jesús, sólo profundizar en Él es toda una espiritualidad, inagotable, que radica en lo más íntimo de su Persona Divina y de su Ser Humano y Divino. Su Corazón vendría pues a ser Su Espiritualidad propia, diríamos Su Vida misma, que puede comunicar al que se hace UNO con Él.
Ahondando en su vida, Jesús nos hace participar de su Amor en sus tres dimensiones (Encíclica Haurietis Aquas, 11-15):
El Amor Humano Sensible, que posee por su corporeidad igual a la nuestra, en sus emociones, pasiones y sentimientos enmarcados en la hermosura de su alma y en el perfecto equilibrio de su Cuerpo; Él nos hace participar de este amor en la estrecha comunión con su Carne y con su Sangre, a través de la oración contemplativa en Esponsal compenetración.
El Amor Humano espiritual, que Él posee en la perfección de la caridad que es el Espíritu Santo que invade su mente, Corazón y ser entero, con criterios divinos juzgando todo con misericordiosa condescendencia; Jesús nos lo comunica perfeccionando nuestros afectos y criterios elevándolos y transformándolos a su semejanza.
El Amor Divino, que comparte con el Padre y el Espíritu Santo en la unión íntima de la Santísima Trinidad; éste le pertenece por esencia y nos lo dará por participación como fin último, como coronación en plenitud de la transformación que quiere realizar en nosotras a través de su Misterio Pascual.
De modo que verdaderamente, Jesús nos une a Él en su experiencia eternamente filial de su Amor Divino, incondicionalmente fraternal de su Amor Humano Espiritual y ardientemente Esponsal de su Amor Humano Sensible. La soledad en nuestro Carisma sería, y es, el ambiente natural de los Amantes, el silencio su callado lenguaje, y la Fe la puerta al misterio insondable del Amor de Cristo que supera todo conocimiento, y acogerlo es quedar llenas de la plenitud total de Dios, es decir, comenzar ya desde ahora la Bienaventuranza Eterna.
Con profundo agradecimiento por nuestra vocación, hemos de anhelar tan sólo, vivir esta realidad a la que Dios nos llama en Jesucristo, y responderle con todo el afecto del corazón.